La rabia que hizo estallar Hong Kong

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EFE/EPA/FAZRY ISMAIL/Archivo

Hong Kong – Visten de negro y la mayoría oculta su rostro detrás de máscaras, gorras y capuchas. Es la indumentaria de las protestas en Hong Kong, el uniforme de un movimiento popular prodemocrático sin líderes ni caras visibles que ha tomado las calles para expresar un descontento social larvado que estalló con rabia medio año atrás.

Todo comenzó el pasado 9 de junio, cuando cerca de un millón de personas se manifestó en contra de un proyecto de ley de extradición a China. Esa medida colmó la paciencia de los hongkoneses, que hasta entonces contemplaban resignados como crecía la injerencia de la China de Xi Jinping.

DOS MILLONES DE PERSONAS EN LA CALLE

En los días posteriores, hasta dos millones de personas salieron a las calles a defender su «Ley Básica» -una suerte de Constitución local- y el modelo «un país, dos sistemas», impuesto en 1997 cuando Gran Bretaña devolvió la colonia a China, que se comprometió a respetar durante 50 años la autonomía y las libertades heredadas de la antigua metrópoli de y de las que el gigante asiático no disfruta, como la libertad de expresión o el derecho de reunión.

Seis meses después, las protestas han invadido la rutina de Hong Kong. Se producen casi a diario, en todos los barrios y con gente de todas las edades y una mayoría de sus 7,5 millones de habitantes respaldó ampliamente en las urnas al movimiento prodemocrático detrás de las mismas.

«A pesar del triunfo electoral, no veo el fin de las protestas. La gente sigue enfadada con el Gobierno y la Policía», asevera Cheung Kai Yin, una de las candidatas del bloque de partidos democráticos que logró un puesto como concejal de distrito en los comicios locales del 24 de noviembre, vistos como un plebiscito.

APLASTANTE VICTORIA

El bloque prodemócrata arrasó en esas elecciones al conseguir 388 concejales de los 452 en liza, el 85 % de los escaños, un triunfo abrumador que reflejó un amplio respaldo social a las protestas y a sus «cinco demandas, ni una menos»:

Sufragio universal directo/ libertad sin cargos para los casi 6.000 detenidos, 900 de ellos menores/ que las protestas no se consideren disturbios, lo que acarrea penas de hasta diez años/ una investigación independiente sobre la «brutalidad policial»/ la retirada de la ley de extradición (su único logro hasta la fecha).»El Gobierno está obligado a actuar. Deberían empezar por la investigación independiente sobre la violencia policial. Es un clamor social y la única manera de evitar que las protestas se radicalicen más», apuntó Cheung, de 33 años, que ya fue candidata en la municipales de 2015, después de haber participado en la Revolución de los Paraguas de 2014, aunque entonces perdió.

Tras el revés en las urnas, la jefa del Ejecutivo de Hong Kong, Carrie Lam -alineada con Pekín-, se comprometió a crear un «comité de revisión» que analice las causas de las protestas, una burla para los manifestantes que ven cómo sus demandas son ignoradas.

Los partidos oficialistas o pro-China sufrieron un batacazo electoral, al quedarse con solo 59 concejales frente a los casi 300 que tenían, tras una participación récord del 71,2 % entre los 4 millones de personas que se registraron para votar, cifras que muestran una sociedad cada vez más politizada y enfrentada a China.

Según Cheung, el éxito de estas protestas frente a la Revolución de los Paraguas -que se diluyó tras dos meses en las calles- reside en que éste es «un movimiento unido, sin líderes, con un objetivo común: forzar un cambio en el Gobierno y luchar contra la injerencia de China».

“NO TENEMOS PODER”

No todo el mundo dentro del movimiento prodemocrático defiende ese discurso triunfalista tras las elecciones. Lam, un profesor de ajedrez de 50 años, recuerda que esos comicios se centran en asuntos urbanos y de la comunidad, con escaso poder político. «Ha sido una victoria simbólica que demuestra que estamos unidos, pero no que tengamos poder». Según él, la «verdadera batalla por el poder» será en las elecciones legislativas de 2020.

Aunque los demócratas lograron una amplia ventaja en escaños -en el sistema electoral de mayoría simple el candidato con más votos es el único elegido-, la distancia entre bandos se acorta en número de votos: los prodemócratas recabaron alrededor del 60 % de los apoyos frente al 40 % de los prochinos.

«Esto muestra que la sociedad de Hong Kong está dividida y va a ser difícil de reconciliar», anotó Loung, un informático de 22 años que, como Lam, acude regularmente a la conocida como «protesta de la hora del almuerzo», una serie de concentraciones pacíficas de lunes a viernes, en el descanso para comer, en las zonas de oficinas de la ciudad.

SER COMO EL AGUA

Las redes sociales y las aplicaciones de chat han sido las mejores aliadas de las protestas. Han permitido que un movimiento descentralizado, anónimo y sin jerarquía mantenga su vigencia durante seis meses y esquive el férreo espionaje de Pekín.

Los grupos de conversación en Telegram -uno de los que más protegen la privacidad de los usuarios- han servido para concertar tácticas de protesta bajo un modelo de democracia participativa que permite a los manifestantes «ser como el agua», lema adoptado del ídolo local, Bruce Lee, que insta a ser maleable ante las circunstancias.

«He acudido a todo tipo de protestas, legales e ilegales. También estoy implicada en los grupos de Telegram, elaborando materiales promocionales y traducciones. Creo que si fuera diez años más joven, estaría en la primera línea de las protestas enfrentándome a la Policía», relata Steffanie, de 36 años.

Los manifestantes mantienen su pulso al Ejecutivo de Lam con convocatorias cada fin de semana, pero la marea pacífica de los inicios se ha ido fragmentando en grupos que promueven acciones fugaces a modo de guerrillas urbanas, que incluyen actos vandálicos.

«No apruebo la violencia, pero respeto la manera en la que se expresan. Es la única respuesta a la violencia que empezó la Policía», subraya Steffanie.

Las protestan suman unos 2.600 heridos -varios candidatos electorales fueron atacados y un joven recibió un impacto de bala de la policía- y dos muertos: un hombre de 70 años que recibió un ladrillazo en la cabeza y Alex Chow, un estudiante que cayó de un tercer piso cuando huía de los gases lacrimógenos de la Policía.

Detrás de sus máscaras antigás, gafas, paraguas y pasamontañas, los manifestantes más jóvenes esconden un odio visceral hacia la Policía que los reprime y una fuerte animadversión hacia sus vecinos de la China continental.

«No sólo nos diferencian los valores democráticos. Nosotros tenemos integridad y ética, algo de lo que los chinos carecen. No quiero que las nuevas generaciones se eduquen pensando que engañar, mentir o defraudar está bien», señala Steffanie, que dice conocer bien el sistema de valores de la China continental porque lidia con ellos a diario en su trabajo en una multinacional.

Para Simon Shen, profesor de la Universidad de Hong Kong especializado en relaciones internacionales, «la creciente antipatía y desconfianza hacia China se debe a que muchos se sienten engañados y ven que la prometida autonomía como una falacia”.

«Hace una década más de la mitad de los hongkoneses se identificaba con orgullo como chinos, coincidiendo con los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008 o la Expo de Shanghái en 2010. Todo cambió en Hong Kong con el endurecimiento de la política en 2012, tras la llegada de Xi Jinping al poder», explicó el analista.

CERCO A LA UNIVERSIDAD

El episodio más violento de estos meses fue el enfrentamiento en noviembre entre activistas radicales y la Policía, en la Universidad Politécnica de Hong Kong (PolyU).Ante el rumor de que la Policía iba a ocupar las universidades, miles de estudiantes y civiles se amotinaron en los campus de la ciudad, pertrechados con cócteles molotov, fechas y ladrillos, para salvaguardar la “cuna intelectual” de las protestas.

El momento más crítico fue entre el 17 y el 18 de noviembre, cuando se desató una auténtica batalla campal en la PolyU entre activistas y policía, que se saldó con 1.100 detenidos –entre ellos 300 menores que pudieron volver a casa tras ser fichados- y decenas de heridos.

“¿Cómo se atreven a sitiar y arrestar estudiantes en los campus? Ninguna sociedad civilizada puede justificar eso”, señala el activista estudiantil Sunny Cheung, que ve las universidades como “un santuario para la libertad académica y el futuro de las próximas generaciones”.

En los trece días de asedio policial tras el enfrentamiento, el centenar de radicales que resistió dentro se redujo a poco más de una decena. Muchos desertaron y la mayoría logró escapar por sótanos y alcantarillas, mientras la desesperación e incluso tendencias suicidas se adueñaban de los atrincherados, que se negaban a salir a pesar de la promesa de no arrestarlos.

Cuando se levantó el cordón policial, el panorama era desolador: barricadas levantadas con el mobiliario escolar; montañas de ropa, cascos, máscaras y mochilas; comida en estado de putrefacción, un olor pestilente, y un auténtico arsenal. La Policía se incautó de unos 4.000 cócteles molotov, 1.340 explosivos, 600 botellas de químicos inflamables y 573 armas, como arcos, flechas y catapultas gigantes para lanzar ladrillos. Y sin rastro de los amotinados. El campus necesitará medio año para recuperar la normalidad.

ALIADOS INTERNACIONALES

A sus 23 años, Sunny Cheung es portavoz de HKIAD, una plataforma de sindicatos estudiantiles que busca recabar aliados internacionales a su causa. En el último mes se han anotado un importante triunfo después de que el presidente Donald Trump firmara dos leyes en apoyo a las protestas: la Ley de Derechos Humanos y Democracia de Hong Kong, que contempla sanciones a funcionarios chinos si no respetan la autonomía de la ciudad, y una norma que prohíbe la venta de material antidisturbios a la Policía de Hong Kong.

“China se ha convertido en una superpotencia mundial y necesitamos el apoyo de EEUU y cualquier país del mundo libre para poder confrontar su poder”, indicó Cheung, que en septiembre testificó ante el Congreso de EEUU.Algunos analistas ven en Hong Kong el “Berlín de la Guerra Fría del siglo XXI”, el escenario donde se juegan el poder global las dos mayores potencias mundiales: EEUU y China. El movimiento prodemocrático quiere aprovechar esa baza.Según Cheung, las nuevas generaciones de Hong Kong han estallado porque no han sido educados en el nacionalismo chino de sus padres. “Somos como el resto del mundo, defendemos la libertad y la democracia”, apostilla.Ese desapego tiene que ver con que ellos no se están beneficiando de la prosperidad que reinó en Hong Kong décadas atrás, cuando era indiscutiblemente la capital financiera de Asia, puesto disputado ahora con Singapur o Shanghái. Sí que mantiene el trono como la ciudad más cara del mundo, sin que los salarios hayan crecido al mismo nivel.

“Nosotros no hemos disfrutado de ese crecimiento económico. No vemos un futuro, no podemos comprarnos una casa ni avanzar en el escalafón social”, apunta Cheung. “Pero esta situación económica no es en absoluto la causa de las protestas, el movimiento es puramente político. No estamos pidiendo al gobierno una casa ni tenemos demandas económicas”, aclaró.

¿Hay una posible salida a la crisis? “Mientras el gobierno no haga concesiones, las protestas seguirán. Nos merecemos democracia y libertad”, asegura Cheung, aunque la demanda del sufragio universal directo para elegir al jefe del Ejecutivo de Hong Kong parece un escollo difícil.

«Dada la mentalidad cada vez más nacionalista, irredentista y rígida de Pekín, no veo una solución. Al menos no a corto plazo», sentencia el profesor Shen.