El pecado es un engaño y siempre deja insatisfecho a quien lo comete: homilía dominical

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Tegucigalpa.- En el tercer domingo de Adviento, previo a la celebración de la Navidad, el arzobispo de Tegucigalpa, José Vicente Nácher Tatay, expresó desde la Catedral San Miguel Arcángel en la homilía dominical habló que el pecado y el demonio prometen, pero siempre dejan insatisfecho.

Refirió que Dios nos dice «no peques, porque nos quiere». Juan, movido por Dios que nos ama y quiere nuestro bien, grita: «Preparen el camino, allá en las sendas. Es decir, bautícense con esta agua de arrepentimiento mientras aguardan a aquel que es más grande».

Su mensaje se dio después de escuchar en el salmo responsorial el cántico de agradecimiento de María cuando visita a su prima Isabel.

«¡Hola, Santa María!» Y hemos repetido: «Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva. Alegría, humildad; el momento del Magníficat ( es un rezo católico que fue tomado directamente del Evangelio San Lucas, y es también conocido como el cántico de María).

María dijo que es capaz de darse cuenta de lo que está pasando, de quién es ella y de qué está haciendo Dios con ella.

«Cuando ha podido dialogar, María es consciente de su pequeñez y, a la vez, de la obra que Dios ha hecho en ella», señaló.

La verdadera humildad dijo en su mensaje que no es dañar o negar nuestra dignidad ni las cosas buenas que hacemos, sino reconocer que todo lo bueno que elegimos y hacemos viene de Dios.

Un vacío

«La esperanza profética de Juan llena el desierto de desiertos», dijo el arzobispo, y para explicarlo mejor, señaló: «Muchas personas lo experimentaron en aquel tiempo, pero también hoy sienten un vacío, un desierto en su interior».

Por eso es que van allá, al desierto que está al otro lado del Jordán dijo, porque han oído que allí hay una voz que clama y que es diferente de las demás.

Juan se sabe testigo de la luz. Él no es la luz; él es la lámpara que sostiene a la luz. Jesús es el esperado desconocido.

Nadie conoce al Padre sino el Hijo, ni al Hijo sino el Padre, aquellos a quienes Dios se lo quiera revelar, apuntó en la Homilía dominical Nácher.

!Necesitamos, cuánto necesitamos, entre comillas, voces del desierto como las de Juan. No voces que busquen la apariencia, sino esas voces que nos ayuden a reconocer la verdad, a descubrir al Salvador», pronunció.

Desgraciadamente, lamentó que muchas veces y mucha gente sigue la senda opuesta. «Como en aquel tiempo, también hoy muchos huyen de la austeridad del Bautista y corren al ruido de la ciudad, seducidos por engañosas luces del placer, el poder y el tener».

Prestar su voz

Por eso dijo que la voz del profeta es el medio humano que nos acerca a la palabra divina.

«Necesitamos y siempre hará falta personas que estén dispuestas a prestar su voz al Señor. No hablar en su lugar, sino prestarle su voz».

Preguntado Juan si él era el Mesías, le estaban concediendo un gran honor, pero él con sencillez, con naturalidad, dice la verdad: ‘No soy el Mesías.’

«Lo fácil hubiera sido aprovechar la confusión o incluso el halago que estaba recibiendo y hacerse pasar por lo que no era. Cuando nos hacemos pasar por lo que no somos, cualquier aspecto al final no sabemos lo que somos», dijo en la Homilía.

Y preguntó el obispo: «¿Cómo pudo Juan ser tan realista, tan transparente? Porque no es fácil, podríamos decir, escuchando este salmo responsorial, que aquel primer encuentro de María con Isabel cuando Juan y Jesús se encontraron, incluso antes del nacimiento, había marcado para siempre su existencia», comentó.

Y dijo que Juan conocía a su mamá Isabel, a su papá Zacarías, y también a su tía María, y había aprendido de ella esa referencia, había aprendido de ella a vivir con austeridad, con alegría, con generosidad, concluyó Nácher en la Homilía.

Este tercer domingo de Adviento nos advierte que el Salvador está cerca y pronto cumplirá su promesa, indicó.