La Conferencia Episcopal aclara el motivo por el que se retira el cardenal Óscar Rodríguez

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Tegucigalpa.- El cardenal Óscar Andrés Rodríguez, se despidió este jueves de su cargo como Arzobispo de Tegucigalpa, durante la Misa Crismal del Jueves Santo, ante esta situación el portavoz de la Arquidiócesis de Tegucigalpa, el padre, Juan Ángel López, aclaró a través de un informe de Suyapa Medios, que, «el cardenal Rodríguez, al cumplir sus 75, así como todos los obispos, tienen que interponer su renuncia».

«Dependerá del Papa si la acepta o no. En el caso de nuestro Arzobispo, el Santo Padre le manifestó que se quedará hasta los 80 años”, explicó el vocero de la Conferencia Episcopal de Honduras.

El también párroco de la comunidad Sagrado Corazón, explicó que, “a los 80 años será dado el trámite a su renuncia, pero él Cardenal solo deja de ser arzobispo, seguramente quedará como obispo emérito, porque con la fuerza que tiene, seguro será difícil que nos deje”. López aseguró también que “el cardenal no dijo que se jubilaba, solo que es su última Misa como arzobispo”.

«En este momento, teniendo presente que en la Divina Providencia es la última Misa Crismal que presido como Arzobispo de Tegucigalpa, yo quiero pedirles perdón (a los sacerdotes) si por mis límites no he sabido responder a lo que tienen derecho a esperar de su obispo», subrayó Rodríguez Maradiaga.

Después de 29 años al frente del Arzobispado de Tegucigalpa y próximo a cumplir 80 años, el cardenal Rodríguez agradeció a los sacerdotes por «su ministerio sacerdotal» y aseguró que esta «es una vida, no un trabajo según la mentalidad del mundo».

Nacido el 29 de diciembre de 1942 en Tegucigalpa, la capital de Honduras, Rodríguez fue ordenado sacerdote en Guatemala en 1970 y ese mismo año fue designado asistente del arzobispo de Tegucigalpa.

En 1981 fue nombrado al frente de la Diócesis de Santa Rosa de Copán, cargo en el que estuvo hasta 1984, y en 1993 fue designado como arzobispo de Tegucigalpa.

Rodríguez agradeció a todos los sacerdotes que «acumulan años y años gastados sin calendario laboral y tienen viva la llama ardiente de la ilusión y su amor por su ministerio».

La vida del sacerdocio es «de desgaste, muchas veces en soledad, de incomprensión, de debilidades, errores y a veces callejones sin salida. Una vida que es probada muchas veces por la enfermedad que disminuye y envejece. Pero una vida que no cambia la entrega, de traición al amor que se afana por Dios y por los hermanos”, señaló.