El baile de salsa roto a los 96 años por culpa del distanciamiento social

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El nonagenario estadounidense Leo Scherker habla con Efe durante una entrevista el 8 de octubre de 2020 en la residencia de lujo The Palace Renaissance & Royale en Kendall, al sur de Miami, Florida (EE.UU.). EFE

Miami 11 oct (EFE).- Uno de los pasatiempos favoritos del estadounidense Leo Scherker, que tiene 96 años, es bailar salsa y otros bailes de salón, pero en la residencia para la tercera edad de Miami donde vive esas distracciones desaparecieron con la COVID-19 y el distanciamiento social, aunque ahora al menos puede ver en persona a familiares y otros seres queridos.

«La mascarilla es incómoda, pero al igual que el distanciamiento social también es necesaria», afirma resignado Scherker durante una entrevista con Efe.

El nonagenario es uno de los 286 internos de una residencia de lujo en Kendall, al sur de la ciudad, que como todas las de Florida, lujosas o no, han estado cerradas a los visitantes durante más de seis meses debido a la pandemia y han reabierto con limitaciones hace solo unos pocos días.

Muchas familias ni siquiera pudieron dar el último adiós a sus seres queridos fallecidos durante el aislamiento.

BROMAS SÍ, PERO NO ABRAZOS

Uno de los dos hijos de Scherker, Steve, ha ido a visitarlo después de programar una cita y antes de verlo tiene que pasar por un procedimiento de seguridad que incluye lavado de manos y medición de temperatura.

Ricardo Martínez, director ejecutivo de The Palace Renaissance & Royale, le recuerda que no puede tener nada de contacto físico con su padre.

Y no lo tienen pero se los ve alegres y hasta gastan bromas sobre «actuar naturalmente» ante las cámaras de EFE.

«Esta residencia todavía no está abierta del todo y recibe parientes de manera escalonada. Para visitar el lugar es obligatorio pasar un curso de medidas de seguridad», señala Martínez de un establecimiento que según sus palabras funciona para sus residentes «como un hotel 5 estrellas».

Scherker ha dejado el andador y está sentado debajo de una glorieta cubierta y situada al aire libre. No es la primera vez que su hijo se reencuentra con él después de haber estado ambos largos meses conversando a través de una pantalla.

«Tengo familia en Massachusetts, en Neuva York, en Miami. Me comunico con ellos por FaceTime. Es más impirtante que ellos me vean», dice el nonagenario mientras extrae un iPhone de un bolsillo.

Jubilado del sistema universitario, Scherker afirma que «fue la mejor idea venir a vivir aquí», porque hace cuatro años su esposa murió y ya no podía cuidarse por sí mismo. Él la cuido a ella hasta el final, «incluso le preparaba la comida».

Scherker puntualiza que «necesitaba compañía» y que durante el año que lleva en la residencia ha enseñado a varias personas juegos de mesa como el Rummikub.

«Pero nadie me puede ganar, algunas veces me siento mal y los dejo ganar», dice riendo detrás de la mascarilla.

También recuerda con añoranza otro de sus pasatiempos preferidos, bailar, incluso con pasos propios.

«Una de las personas con las que bailé una vez le dijo a su marido, muy emocionada, que había bailado con un hombre de 96 años. Algunas veces necesito sacar a bailar a dos o tres chicas. ¡Con esta bailé una hora!», recuerda.

PROTEGER A LOS MÁS VULNERABLES

Pero esas actividades están limitadas y alguna prohibidas desde marzo.

Según Martínez, que lleva 20 años trabajando en ese lugar, solo se han presentado cinco casos de contagio del coronavirus SARS-CoV-2, entre empleados y residentes, pero «ninguno con complicaciones».

Sobre el cierre de los negocios, opina que, al menos, en este, ha sido válido.

«Claro que sí, como es natural. Se trata de las personas más vulnerables. Es importante que se haya cerrado a tiempo y que sigamos cerrados hasta que exista una vacuna para el coronavirus», añade.

Dos meses después de prohibidas las visitas de familiares, en mayo, este centro organizó una ronda de «besos a distancia» por el Día de las Madres.

Fue un paliativo, pero permitió que más de un centenar de vehículos de familias desfilaran por el aparcamiento de la residencia, mientras los residentes con sus mascarillas saludaban entre lágrimas.

En aquel momento había 315 internos, 29 más que ahora.

El 20,5 % de los residentes en Florida tiene 65 años o más, lo que convierte a este estado en el tercero con una población más envejecida de todo el país, después de Puerto Rico y Maine (20,7 % y 20,6 %, respectivamente).

En esta residencia de ancianos ha habido «algunos» casos de COVID-19 tanto entre los residentes como ente el personal, pero todos se recuperaron, dice Martínez.

Más de 6.000 residentes o empleados de centros geriátricos de Florida han fallecido hasta ahora a causa de la COVID-19 en Florida, según el Departamento de Salud estatal.

Datos recientes indican que cerca del 80 % de las más de 200.000 personas muertas por COVID-19 en EE.UU. tenía más de 65 años.

A finales de agosto, tras seis meses de visitas prohibidas, un grupo de expertos recomendó al ejecutivo de Florida permitir visitas a familiares en asilos de ancianos siempre que se cumplan las medidas de distanciamiento social establecidas y si no surgen casos nuevos en dos semanas.

La prohibición fue anulada en septiembre.

Sin embargo, los abrazos, un reclamo de familiares y residentes afectados por la pandemia, todavía no son posibles.

«Todo lo que me dicen es para mi beneficio. Por eso pongo un paso detrás de otro y así avanzo, no me detengo. Para los tiempos en que vivimos estoy bastante bien», comentó Scherker.