Lecciones de empoderamiento femenino en medio de la selva amazónica

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Fotografía del pasado 19 de junio que muestra a un grupo de mujeres durante una sesión de empoderamiento, en la aldea de Llamchamacocha (Ecuador). EFE/ Daniela Brik

Llamchamacocha– Cada domingo Jaeuneka Ushigua, una mujer de la nacionalidad Sapara de Ecuador, reúne en círculo a las mujeres de su comunidad y aldeas vecinas, un sencillo gesto que busca empoderarlas y generar un cambio en la sociedad indígena de la Amazonía.

Una a una comienzan a relatar sus vivencias siguiendo el turno fijado por esta mediadora espiritual, que aprovecha para tirar del hilo hasta que este cede y una de las participantes hace catarsis y rompe a llorar en un campo abierto.

En este caso, se trata de una disputa entre mujeres en otra comunidad de la misma nacionalidad indígena compuesta por apenas 570 personas, pero el lamento conmueve los corazones de todas las participantes que, al finalizar la sesión, se funden con la malherida en un fraterno y comunal abrazo, una suerte de «no estás sola, estamos contigo» que no necesita de traducción.

MALTRATO A LA MUJER INDÍGENA

«Las mujeres somos importantes para el pueblo Sapara porque somos la tierra, cuidamos de la selva y la naturaleza, y alimentamos a nuestros hijos», defiende con una voz apartada de estridencias Jaeuneka, que en su casi extinto dialecto que solo hablan tres personas, significa «Tabaco».

Pese a su tenue voz, la fortaleza de esta mujer de 42 años, convertida en líder femenina y partera ocasional del asentamiento de Llamchamacocha, es poco común entre sus congéneres.

Su vida es la de una mujer que pensaba que los maltratos de su marido eran normales, hasta que un día dijo «basta» y supo darle la vuelta a su situación y, de paso, a la de todo un pueblo.

Pero si es difícil para una mujer poder salir del círculo de las violencias de género, para las indígenas y afroecuatorianas en Ecuador, el grupo étnico más vulnerable porque las sufren aproximadamente 7 de cada 10, puede resultar misión imposible.

«Mi marido me maltrató mucho. Aguanté dos años», cuenta Jaeuneka a Efe con absoluta frialdad al describir las palizas a las que era sometida cuando su pareja llegaba ebrio al hogar.

Su punto de inflexión llegó literalmente gracias a un sueño, ese mundo donde los saparos funden lo onírico con lo espiritual, en el que creen que hablan con sus antepasados y conocen su destino.

Jaeuneka comenta que un día se quedó dormida cuando su marido salió de casa «para ir a tomar», y en sus sueños sus abuelos le preguntaron qué le había sucedido a aquella niña tan fuerte y llena de energía: «¿Dónde está tu valentía?, todavía eres esa niña fuerte. Debes ir a la selva y conectarte con ella».

DESTERRANDO TABÚES

Tras ese episodio regresó del territorio Shuar de donde procede su marido, hasta su natal comunidad sapara, a orillas del río Conambo, para reflexionar y tomar conciencia de su deriva vital y recuperar fuerzas en pleno entorno selvático.

En estos territorios aislados de la impenetrable Amazonía, donde no llegan las carreteras y los medios de subsistencia son precarios, las historias de embarazos que no llegan a término, muertes de neonatos y violencia intrafamiliar son conocidas.

Pero la capacidad de Jaeuneka de cambiar su propio curso y desterrar el tabú del machismo, la convierte en toda una autoridad.

«Un día me senté a conversar con mi marido y le dije, ‘si es que tu quieres maltratar a una mujer, búscate a otra, yo hasta aquí llego», zanjó antes de avisar: «Voy a luchar no solo por mí, sino para todas las mujeres, voy a ser muy fuerte».

Eso sucedió hace dos décadas y desde entonces, explica, su pareja dio un cambio radical, dejó de beber, se convirtió en el padre de su único hijo, Manari, al que describe como un «niño sabio» que vislumbró en un sueño la llegada de una enfermedad mortal, que luego conocieron como el coronavirus.

MUJER COMO EJE DEL CAMBIO

La labor de esta mujer, que sana con plantas medicinales y cura con rape inhalado, ha sido vital en este pueblo originario, que según presume, es uno de los pocos donde hombres y mujeres comparten tareas y la crianza de los hijos.

«Antes los hombres eran el jefe de la casa, esperaban que les sirvan la mesa y la ‘chicha’ -bebida ancestral- en la mano. Pero les dije ¡basta! De aquí en adelante vas a ayudar a la mujer a lavar ropa y cuidar al bebé, porque los dos lo hicieron y con su energía mutua crecerá muy fuerte», indica rotunda.

En esta comunidad no es extraño ver a los hombres cargando en brazos a sus hijos de pocos meses y existe el caso inédito de una joven en la veintena que vive con un extranjero, algo antaño solo permitido a los varones.

Jaeuneka viaja de vez en cuando por el río hasta llegar a otras poblaciones de su nacionalidad o de otros territorios indígenas para reunir a las mujeres y predicar con su ejemplo su potente mensaje del empoderamiento femenino, aunque no esté muy familiarizada con ese término ni conozca agencias como ONU Mujeres.

INDÍGENAS Y POLÍTICA

Una de sus anécdotas favoritas es cuando viajó a un intercambio cultural con la nacionalidad Achuar y quedó atónita al comprobar que solo los hombres participaban en la asamblea.

Su respuesta no se hizo esperar y acusó de machistas a los líderes a los que exigió la participación femenina en las reuniones.

«Tu esposa es tu compañera, por ella están estos hijos, te estás alimentando, estás tomando, estás durmiendo caliente», les espetó, despertando la sorpresa y admiración de las achuar, en la última ocasión en la que quedaron fuera de una asamblea.

Inconformista por naturaleza y defensora de que las indígenas deberían estar mejor representadas entre su liderazgo, Jaeuneka resume de forma sencilla su feminismo en que «las mujeres somos Madre Tierra» y «si no existimos, los hombres tampoco pueden existir».

Daniela Brik