Hondureños viven zozobra y angustia en ruta migratoria

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El flujo de migrantes en la frontera sur de Estados Unidos está desbordado. Hoy en día, más del 30 por ciento de las detenciones que realiza la Patrulla Fronteriza en todo el país se efectúan en la zona de McAllen, donde hay miles de nicaragüenses, salvadoreños, guatemaltecos, hondureños y de otras nacionalidades.

Precisamente por eso, la Fuerza de Tarea de Atención al Migrante, encabezada por la Primera Dama, Ana García de Hernández, visitó el centro de procesamiento de Donna, donde todos los días llegan no menos de 2,800 personas que buscan pasar hacia Estados Unidos.

De igual manera, hizo un recorrido por los bajos del puente Anzalduas, donde se filtran las necesidades de los migrantes antes de ser deportados a México o a sus países de origen, o de confirmar su traslado a un albergue.

Para el caso, en el centro de Donna se recibe a los migrantes, se les brinda alimento, aseo de ropa, se les entrega ropa nueva y se les ofrecen servicios de salud, una vez que fueron remitidos de algún centro de detención.

En la actualidad, el centro alberga a más de 4,000 personas de varias nacionalidades, grupos familiares y niños no acompañados.

En Donna se permite que los migrantes puedan contactar a sus familiares y pueden permanecer en el centro hasta 72 horas, antes de ser liberados, según la situación migratoria de la persona.

Allí, entre los cientos de jóvenes y niños, se encontraba Bryan Misael Membreño, de 17 años de edad, originario de la aldea Cedrales, de La Unión, Lempira.

Estaba a la espera de poder contactar a su tío, para saber si este confirmaba que le iba a recibir en Estados Unidos.

Su rostro cambió de manera dramática cuando se le pidió un número de teléfono, para confirmarle a su familia que está bien.

«Dígale a mi mamá que estoy bien. Quizá cansado, pero tengo la esperanza de pasar», dijo con cierto rubor y una mirada de congoja, casi escondida detrás de una mascarilla de protección ante la COVID-19.

Empero, lo que para Bryan fue un cierto alivio, para otros cientos de niños y adolescentes, de diferentes países, era un suplicio.