Medio siglo de Marambio, una «utopía» que conectó Argentina con la Antártida

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Fotografía sin fecha cedida por la Fundación Marambio muestra la base de Marambio, el principal enclave científico y militar de Argentina en la Antártida. EFE/Fundación Marambio

Buenos Aires – Fueron meses de trabajo incansable, de hacer frente con «pico y pala» a temperaturas de hasta treinta grados bajo cero, con una única motivación en el horizonte: romper el aislamiento de Argentina con el continente antártico, una «utopía» inimaginable hasta 1969.

Aquella gesta, comandada por un grupo de 21 oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas -la llamada «patrulla soberanía»-, llevó a la fundación de la histórica base Marambio, un enclave helado que este martes cumple cincuenta años.

«En ese momento no sabíamos la importancia que tenía la base. Muchos pensaban que formábamos parte de una élite, pero en absoluto», cuenta a Efe Juan Carlos Luján, uno de los integrantes de la patrulla.

El objetivo de Luján y del resto de sus compañeros consistía en llegar a una inhóspita isla a unos 180 kilómetros de la base Matienzo, de apenas 18 kilómetros de largo por 9 de ancho, pero con una pequeña meseta que la hacía ideal para el aterrizaje de aeronaves.

Dicha particularidad fue clave a la hora de lanzarse a la construcción de una pista de aterrizaje, en aras de terminar con el aislamiento de un territorio que permanecía incomunicado gran parte del año por las temperaturas extremas.

UN PANORAMA DESAFIANTE

Llegar hasta la isla no fue ni mucho menos sencillo: una barrera de hielo y un mar congelado impedía el paso del grupo, por lo que tuvieron que «anevizar» -aterrizar sobre la nieve- en pequeños aviones Beaver, a bordo de los cuales no pudieron cargar más que «objetos precarios» como picos y palas.

Después de alcanzar la meseta y clavar un mástil con la bandera argentina sobre el terreno helado, comenzó la dura encomienda de hacer de ese lugar hostil una pista de aterrizaje. «Era una superficie de barro congelado, de piedras pegadas a otras piedras. Jamás podría aterrizar allí ningún avión», recuerda el suboficial retirado.

Los trabajos, basados en la retirada una por una de las piedras, se extendieron durante tres meses en medio de unas condiciones climáticas extremas: el mercurio sobre la planicie helada llegaba a los 30 grados bajo cero y había vientos de más de 100 kilómetros por hora.

«Vivíamos en pequeñas carpas para dos personas. Por la noche, encendíamos un calentador de queroseno, nos sacábamos la campera y nos encerrábamos con los sacos hasta la nariz», relata Luján.

«Nos levantábamos con toda la barba congelada, con la boca y la nariz llena de hielo, y de los orificios nasales nos salían pequeñas estalactitas de dos centímetros de largo», puntualiza el exmilitar, que ahora ejerce como presidente de la fundación Marambio.

LA LLEGADA DEL PRIMER AVIÓN

Tras semanas de esfuerzos físicos a la intemperie, de picar hielo y sustituir las rocas más grandes para otras más pequeñas y homogéneas, la «patrulla soberanía» culminó su objetivo: esculpir una pista de aterrizaje de 900 metros de largo por 25 de ancho en uno de los lugares más remotos de la tierra.

Fue así cómo, el 29 de octubre de 1969, un F-17 de la Fuerza Aérea argentina despegó de Río Gallegos, en el sur del país, y tras volar más de 1.400 kilómetros consiguió aterrizar con éxito en la isla. Contra todo pronóstico, la misión de Luján y de todo su equipo por fin se había cumplido.

«Todos saltamos de alegría, se había cumplido un sueño. Era una locura, una utopía», rememora con emoción el suboficial.

Hasta entonces, un viaje desde Buenos Aires a la Antártida demoraba quince días, un tiempo que se redujo a tan solo 7 horas y media gracias al establecimiento de la base, que en 1978 comenzó a acoger sus primeras familias.

Cincuenta años después de aquel hito, hoy Marambio es el principal enclave científico y militar del país suramericano en el continente helado, una «base modelo, con hangar, torre de control, pabellón científico y un servicio que nuclea toda la meteorología de la región».

«Marambio representa lo que es la Antártida para nosotros: paz, ciencia y preservación del medioambiente», sentencia, orgulloso, Luján.